Sócrates tenía razón. Es lo que pensé cuando Trump ganó las elecciones en Estados Unidos, o cuando salió victorioso el Brexit en Inglaterra.
Y por qué me acuerdo de Sócrates. Porque este filósofo se suicidó para no ser ejecutado, pues había sido juzgado por sus críticas hacia el sistema democrático de su época. ¿Cómo podía fallar la democracia, o ponerse en entredicho?
Sócrates vio el fallo en este sistema, justo y equitativo, en el bajo intelecto de sus compatriotas. Declaró que no se podía confiar en las decisiones del pueblo, cuando estaba compuesto en su mayoría por granjeros y ganaderos ignorantes. Llegó a la conclusión de que el sistema democrático tenía que estar sustentado por una población inteligente, instruida, educada y moralizada. Y al señalar a sus conciudadanos como gente intelectualmente incapacitada para ejercer su derecho al voto, fue apresado, juzgado y condenado a muerte, todo para proteger el sistema democrático de la Antigua Grecia.
Ni que decir tiene que, hoy en día, el sistema democrático es la mejor manera de gobernar un país. Si se tiene en cuenta cuáles serían las otras opciones, sin ningún género de dudas, la democracia es el único sistema de gobierno que protege las libertades y derechos de la gente.
No obstante, me inquieta que sucedan estos resultados inesperados. ¿Quién iba a pensar que un tipo como Donald Trump terminaría por ser el inquilino de la Casa Blanca? ¿O qué los ingleses votarían para salir de la Unión Europea? Y eso por no mencionar los problemas domésticos que actualmente acontecen en España, como el desafío independentista catalán, o la (milagrosa) resurrección política de cierto gobernante español.
Estas cosas pasan, pero no porque los votantes de turno sean poco inteligentes o muy mal instruidos. Si las democracias actuales están en peligro, no es por la ineptitud del pueblo. Es porque la gente está siendo engañada o seducida por falsas noticias. Y este fenómeno no es nuevo, aunque es cierto que hoy en día se expande con mayor facilidad en el mundo interconectado en el que nos ha tocado vivir. Siempre hubo propaganda política, cargada de mentiras que apelaban más a los sentimientos de la gente, que a su razón.
He aquí como surge un fenómeno que denomino trogloditismo, que defino como una especie de regresión del intelectivo humano actual a un estado primitivo y visceral. Se trata de uno de mis mayores temores, y así lo plasmo en mis obras, incluyendo "La colonia infernal".
¿Y cómo nos vacunamos contra este mal? La respuesta es muy sencilla, y parte de la educación; hay que leer. Pero no leer, exclusivamente, los mensajes de nuestros dispositivos sin más. Hay que leer documentos en papel, aunque solamente sean novelas batatas (Mira por donde, lo que hago de escribir, sirve para algo más que para entretener al lector). Es necesario cultivar una mínima base cultural, que siempre crezca más allá de nuestra educación escolar. Es la única manera de identificar y reconocer una noticia falsa nada más verla.